domingo, 27 de septiembre de 2009
martes, 22 de septiembre de 2009
lunes, 14 de septiembre de 2009
viernes, 21 de agosto de 2009
Crítica de la obra. Revista "La vorágine"
Partida (2009) Una corporalidad diferente
Por Ana Laura Friedlmeier y Azucena Ester Joffe
La propuesta estética de Florencia Olivieri nos sumerge en un espacio lúdico despojado, donde los cuerpos y la música original en vivo se yuxtaponen y dialogan sin subordinación alguna para el placer del público. Son nueve cuerpos femeninos y cada uno con un movimiento que repite como marca de identidad. Nueve mujeres aparentemente absortas en sus propias cavilaciones pero que dialogan a partir del movimiento. Nueve soliloquios que adquieren nuevos sentidos a partir de la interacción de unas con otras. Cuerpos que no responden ni al estereotipo de la bailarina clásica, con el cual identificamos al cuerpo que baila, ni al de belleza femenina que construyen los medios de comunicación. En este sentido, lo relevante de la obra, a nuestro parecer, es la audacia de la coreógrafa de poner en escena un cuerpo ficcionalmente mutilado (uno de esos nueve cuerpos finge la falta de una pierna, luego de un brazo...); lo que abre el cuestionamiento acerca de los límites del cuerpo en la danza. ¿Puede decirse que ese cuerpo “dañado” baila? ¿Qué es danza y qué no lo es?
Para iluminar esta cuestión creemos pertinente poner de manifiesto dos conceptos que se juegan tanto en la escena como en el interior de los espectadores, modificando la relación de estos últimos con la primera: “esquema corporal” e "imagen corporal”. El esquema corporal, según Francoise Doltó, es “una realidad de hecho en nuestro modo de vivir carnal en contacto con el mundo físico [...] El esquema corporal especifica al individuo como representante de la especie, sean cuales fueren el lugar, la época o las condiciones en que vive...”. En cambio, “la imagen corporal es la posibilidad humana de representar el propio cuerpo”. En esta representación el individuo decodifica y unifica en una totalidad con sentido los múltiples datos -percepciones, sensaciones, sentimientos y estímulos- que recibe del cuerpo. En este sentido, es un puente entre el mundo interno y la realidad que lo rodea. Por tanto, la “imagen corporal” no solo es subjetiva, sino que esta íntimamente ligada a la historia personal del sujeto y a su contexto social. Ni el “esquema” ni la “imagen corporal” son fijos pues una modificación en el primero -golpe, cirugía, cicatriz, etc- produce una modificación en la segunda y viceversa. (Matoso, 2007: 53-58)
Como espectadores de una obra de danza ponemos en juego nuestro “esquema” y nuestra “imagen corporal” para interpretar lo que sucede en la escena: qué tipo de cuerpos esperamos encontrar en ella, cómo los cuerpos que vemos se acercan o alejan de dicha imagen y/o esquema. En Partida nos interpela el “esquema corporal” ficcionalmente “dañado” de una de las intérpretes (que condiciona sus posibilidades de movimiento) obligándonos a reconsiderar la imagen que tenemos del cuerpo apto para la danza -sano, bello, capaz de gran virtuosismo. Más aún, si tenemos en cuenta que ese cuerpo interactúa con los demás dotando a su movimiento y, a la vez, a los movimientos del resto del grupo de nuevos sentidos haciéndonos perder de vista el hecho de estar “dañado”. Es decir, pesar de que el “esquema corporal” se presenta “mutilado”, logramos construir de él una “imagen corporal” sana donde el cuerpo de la bailarina se presenta “completo” (sin limitaciones), gracias al interjuego con las demás bailarinas. Nuestra “imagen corporal” interna se modifica en función de la realidad que se nos propone desde la escena ampliando y enriqueciendo nuestra percepción del cuerpo y de la danza misma.
Además, la iluminación adquiere suma importancia, ya que como sistema significante que participa de la construcción de sentidos que nos propone el espectáculo: sugiere e incorpora su propio ritmo, con total autonomía de la música y de la danza. Los colores complementarios producen un fuerte contraste, saturan el espacio escénico y los cuerpos parecen ser devorados por su plasticidad. El grupo de profesionales logra transmitir al espectador la energía y producir placer estético más allá de las palabras.
Ficha Técnica: Dirección y coreografía: Florencia Olivieri. Interpretación y coreografía: Julia Aprea, Valeria Aramayo, María Bevilacqua, Rocío Blázquez, Paula Dreyer, Cirila Ferrón, Mariana Provenzano, Carola Ruiz, Romina Tidoni. Música original en vivo: Juan Andrés Gómez. Diseño de iluminación: Miguel Ángel Solowej. Vestuario: Lía Espiro. Poesía: Inés Aprea. Asistencia general: Mariana Saez. Prensa: Tehagolaprensa. Espacio Cultural Pata de Ganso. Bs. As.
Bibliografía
Matoso Elina, “El andamiaje: Esquema. Imagen. Fantasma. Mapa”, en El cuerpo, territorio de la imagen, Buenos Aires: Letra Viva, 2007. (53-62)
Por Ana Laura Friedlmeier y Azucena Ester Joffe
La propuesta estética de Florencia Olivieri nos sumerge en un espacio lúdico despojado, donde los cuerpos y la música original en vivo se yuxtaponen y dialogan sin subordinación alguna para el placer del público. Son nueve cuerpos femeninos y cada uno con un movimiento que repite como marca de identidad. Nueve mujeres aparentemente absortas en sus propias cavilaciones pero que dialogan a partir del movimiento. Nueve soliloquios que adquieren nuevos sentidos a partir de la interacción de unas con otras. Cuerpos que no responden ni al estereotipo de la bailarina clásica, con el cual identificamos al cuerpo que baila, ni al de belleza femenina que construyen los medios de comunicación. En este sentido, lo relevante de la obra, a nuestro parecer, es la audacia de la coreógrafa de poner en escena un cuerpo ficcionalmente mutilado (uno de esos nueve cuerpos finge la falta de una pierna, luego de un brazo...); lo que abre el cuestionamiento acerca de los límites del cuerpo en la danza. ¿Puede decirse que ese cuerpo “dañado” baila? ¿Qué es danza y qué no lo es?
Para iluminar esta cuestión creemos pertinente poner de manifiesto dos conceptos que se juegan tanto en la escena como en el interior de los espectadores, modificando la relación de estos últimos con la primera: “esquema corporal” e "imagen corporal”. El esquema corporal, según Francoise Doltó, es “una realidad de hecho en nuestro modo de vivir carnal en contacto con el mundo físico [...] El esquema corporal especifica al individuo como representante de la especie, sean cuales fueren el lugar, la época o las condiciones en que vive...”. En cambio, “la imagen corporal es la posibilidad humana de representar el propio cuerpo”. En esta representación el individuo decodifica y unifica en una totalidad con sentido los múltiples datos -percepciones, sensaciones, sentimientos y estímulos- que recibe del cuerpo. En este sentido, es un puente entre el mundo interno y la realidad que lo rodea. Por tanto, la “imagen corporal” no solo es subjetiva, sino que esta íntimamente ligada a la historia personal del sujeto y a su contexto social. Ni el “esquema” ni la “imagen corporal” son fijos pues una modificación en el primero -golpe, cirugía, cicatriz, etc- produce una modificación en la segunda y viceversa. (Matoso, 2007: 53-58)
Como espectadores de una obra de danza ponemos en juego nuestro “esquema” y nuestra “imagen corporal” para interpretar lo que sucede en la escena: qué tipo de cuerpos esperamos encontrar en ella, cómo los cuerpos que vemos se acercan o alejan de dicha imagen y/o esquema. En Partida nos interpela el “esquema corporal” ficcionalmente “dañado” de una de las intérpretes (que condiciona sus posibilidades de movimiento) obligándonos a reconsiderar la imagen que tenemos del cuerpo apto para la danza -sano, bello, capaz de gran virtuosismo. Más aún, si tenemos en cuenta que ese cuerpo interactúa con los demás dotando a su movimiento y, a la vez, a los movimientos del resto del grupo de nuevos sentidos haciéndonos perder de vista el hecho de estar “dañado”. Es decir, pesar de que el “esquema corporal” se presenta “mutilado”, logramos construir de él una “imagen corporal” sana donde el cuerpo de la bailarina se presenta “completo” (sin limitaciones), gracias al interjuego con las demás bailarinas. Nuestra “imagen corporal” interna se modifica en función de la realidad que se nos propone desde la escena ampliando y enriqueciendo nuestra percepción del cuerpo y de la danza misma.
Además, la iluminación adquiere suma importancia, ya que como sistema significante que participa de la construcción de sentidos que nos propone el espectáculo: sugiere e incorpora su propio ritmo, con total autonomía de la música y de la danza. Los colores complementarios producen un fuerte contraste, saturan el espacio escénico y los cuerpos parecen ser devorados por su plasticidad. El grupo de profesionales logra transmitir al espectador la energía y producir placer estético más allá de las palabras.
Ficha Técnica: Dirección y coreografía: Florencia Olivieri. Interpretación y coreografía: Julia Aprea, Valeria Aramayo, María Bevilacqua, Rocío Blázquez, Paula Dreyer, Cirila Ferrón, Mariana Provenzano, Carola Ruiz, Romina Tidoni. Música original en vivo: Juan Andrés Gómez. Diseño de iluminación: Miguel Ángel Solowej. Vestuario: Lía Espiro. Poesía: Inés Aprea. Asistencia general: Mariana Saez. Prensa: Tehagolaprensa. Espacio Cultural Pata de Ganso. Bs. As.
Bibliografía
Matoso Elina, “El andamiaje: Esquema. Imagen. Fantasma. Mapa”, en El cuerpo, territorio de la imagen, Buenos Aires: Letra Viva, 2007. (53-62)
martes, 4 de agosto de 2009
viernes, 31 de julio de 2009
crítica "Balletin Dance"
Salida de un Juego Roto Adentro
Por Román Ghilotti
Partida, desde una mirada formal, puede
comprenderse como tematización de modos
de salir o iniciar recorridos en el cuerpo
y desde el cuerpo, o bien como roturas expresivas
de los cuerpos. Y a la vez, desde una perspectiva
contenidista, tematización de lo que es jugar
una partida de algún juego de emociones que,
como siempre con los afectos, se dirime en el
cuerpo.
Las nueve intérpretes, cocreadoras junto a
Olivieri, propusieron la superposición de solos,
vinculados por su sola presencia salvo breves pasajes
de interacción, como trámite de construcción
de la pieza. Cada bailarina, con entradas, solos y
salidas, retomando o reiniciando desarrollos, vuelve
y profundiza sobre sus secuencias, juega y
reinventa su juego de viajes y fracturas en el cuerpo.
En este sentido, la obra está internamente
quebrada en fragmentos yuxtapuestos, como una
“partida” que se juega en los solos, como emotividad
que se da de a partes. Además, y en el mismo
rumbo fragmentario, en su mayoría los solos
no se vierten de una vez sino de a pedazos, continuando
en la reentrada de cada intérprete lo que
había quedado flotando en su aparición previa.
Este modo de escanciar los momentos de la
obra reafirma la combinación de contrastes y matices
en sus dos ejes: formal, en el movimiento, y
de contenido, en las expresiones. Dinámicas disímiles
entre las bailarinas y en cada una de ellas,
dosificadas casi siempre en tríadas de valor (una,
muy agitada en sus esfuerzos mientras otra sostiene
su fraseo y una tercera llega a la quietud),
arman el abanico de los cuerpos recorriendo un
amplio espectro expresivo.
El accionar, en reunión con su vestuario (Lía
Espiro) que cruza rojos, blancos, negros, grises y
tierras, arracima enfoques de lo femenino, particularmente
occidental. Sin llegar a plantear personajes
netamente definidos por sus peripecias,
en Partida las performances operan como indicativas
de respuestas de mujeres en sociedad y soledad:
los gestos de lo sumiso y lo violento, de lo
apacible y lo ríspido, de lo erótico y lo sometido
se presentan, abstraídos en formas y repeticiones
que los evocan. En cada solo hay algo cercano a
una historia, desde lo dulce a lo mutilado; en la
superposición y simultaneidad con que se exponen
hay partes de un relato mudo, propio de los
cuerpos.
Con sólida y pareja entrega, las intérpretes
(Julia Aprea, Valeria Aramayo, María Bevilacqua,
Rocío Blázquez, Paula Dreyer, Cirila Ferrón, Mariana
Provenzano, Carola Ruiz y Romina Tidoni)
recorrieron la “partida” de Partida con el equilibrio
justo, exponiendo como en un prisma las diversas
caras emocionales sin caer en exasperaciones o
anodinas tibiezas en la expresividad.
Por Román Ghilotti
Partida, desde una mirada formal, puede
comprenderse como tematización de modos
de salir o iniciar recorridos en el cuerpo
y desde el cuerpo, o bien como roturas expresivas
de los cuerpos. Y a la vez, desde una perspectiva
contenidista, tematización de lo que es jugar
una partida de algún juego de emociones que,
como siempre con los afectos, se dirime en el
cuerpo.
Las nueve intérpretes, cocreadoras junto a
Olivieri, propusieron la superposición de solos,
vinculados por su sola presencia salvo breves pasajes
de interacción, como trámite de construcción
de la pieza. Cada bailarina, con entradas, solos y
salidas, retomando o reiniciando desarrollos, vuelve
y profundiza sobre sus secuencias, juega y
reinventa su juego de viajes y fracturas en el cuerpo.
En este sentido, la obra está internamente
quebrada en fragmentos yuxtapuestos, como una
“partida” que se juega en los solos, como emotividad
que se da de a partes. Además, y en el mismo
rumbo fragmentario, en su mayoría los solos
no se vierten de una vez sino de a pedazos, continuando
en la reentrada de cada intérprete lo que
había quedado flotando en su aparición previa.
Este modo de escanciar los momentos de la
obra reafirma la combinación de contrastes y matices
en sus dos ejes: formal, en el movimiento, y
de contenido, en las expresiones. Dinámicas disímiles
entre las bailarinas y en cada una de ellas,
dosificadas casi siempre en tríadas de valor (una,
muy agitada en sus esfuerzos mientras otra sostiene
su fraseo y una tercera llega a la quietud),
arman el abanico de los cuerpos recorriendo un
amplio espectro expresivo.
El accionar, en reunión con su vestuario (Lía
Espiro) que cruza rojos, blancos, negros, grises y
tierras, arracima enfoques de lo femenino, particularmente
occidental. Sin llegar a plantear personajes
netamente definidos por sus peripecias,
en Partida las performances operan como indicativas
de respuestas de mujeres en sociedad y soledad:
los gestos de lo sumiso y lo violento, de lo
apacible y lo ríspido, de lo erótico y lo sometido
se presentan, abstraídos en formas y repeticiones
que los evocan. En cada solo hay algo cercano a
una historia, desde lo dulce a lo mutilado; en la
superposición y simultaneidad con que se exponen
hay partes de un relato mudo, propio de los
cuerpos.
Con sólida y pareja entrega, las intérpretes
(Julia Aprea, Valeria Aramayo, María Bevilacqua,
Rocío Blázquez, Paula Dreyer, Cirila Ferrón, Mariana
Provenzano, Carola Ruiz y Romina Tidoni)
recorrieron la “partida” de Partida con el equilibrio
justo, exponiendo como en un prisma las diversas
caras emocionales sin caer en exasperaciones o
anodinas tibiezas en la expresividad.
jueves, 2 de abril de 2009
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